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viernes, mayo 23, 2008

DAGOBERTO GUERRERO HUILQUIRUCA EN EL RECUERDO


RECUERDOS DE DON DAGOBERTO GUERRERO HUILQUIRUCA

Por JOSE D. MANSILLA ALMONACID

En la tarde del lunes 12 de mayo recién pasado una gran multitud se reunió frente al Cuartel de Bomberos de Calbuco. Estaban allí para rendirle el último homenaje a un ilustre calbucano. Familiares, amigos, ex-alumnos, sus colegas profesores, y sus queridos camaradas bomberos acompañaron a Don Dagoberto Guerrero Huilquiruca en esta su última llamada.

Conocí a Dagoberto Guerrero, “Don Dago” en marzo de 1954, el día que junto con los amigos Guido Andrade, Ubaldo Carrasco Rosales, Juan Miranda, Juvenal Kappes, José Ayancán y otros entramos por la puerta ancha del conocimiento a la Escuela Nº 1 de Hombres que funcionaba en las tardes, en el edificio mandado a construir por el Presidente D. José Manuel Balmaceda en la esquina norponiente de la plaza. Don Dagoberto era Profesor de esa Escuela Primaria. Al año siguiente cuando nos trasladamos al moderno Grupo Escolar que había sido construído por la Sociedad Constructora de Establecimientos Educacionales y que 50 años después está aún en mejor pie; nuestro curso habitaba la sala contigua a su clase, en el lado sur oriente del edificio, teniendo como vista al frente las tardes floridas de amarillo de los chacayes que entonces poblaban lo que es hoy la plaza Chile y a lo lejos los volcanes tutelares, que plásmabamos en nuestros cuadernos de papel verdoso y que eran donados por el Estado.

Ordenado siempre de corbata, sus bigotes recios y la expresión dura que mostraba, Don Dago nos intimidaba un poco al pasar con su varilla bajo el brazo. La varilla de mimbre era la Insignia de mando del profesorado de entonces.
Medio siglo después, cuando esa transparente institución que es el Cuerpo de Bomberos de Calbuco me invitó a participar en el recuento histórico de sus 100 años, tuve la suerte de alternar con Don Dago y conocer sus otras facetas. También por esa época muchos nuevos calbucanos que se han establecido en los últimos años en el pueblo tuvieron la ocasión de conocerlo a través del programa de TV CAL “Nuestra Gente”, donde conocimos retazos de su vida y simpáticas anécdotas.

Don Dagoberto nació en Calbuco el 14 de junio de 1925. Sus padres fueron Don Casimiro Guerrero y su señora madre la profesora de Huito doña Petronila Huilquiruca. Don Dagoberto era el tercero de seis hermanos “muy unidos” como el expresaba.

Sus primeras letras las hizo en la Escuela de Calbuco y la Humanidades en la ciudad de Ancud. Entre 1940 y 1945 lo encontramos en la Escuela Normal de Chillán donde obtiene su titulo de Profesor Normalista.

Ejerce en la escuela de Cochamó en 1947 y luego se traslada a Calbuco, a la Escuela Nº 1, semillero de probos en esos años. En Calbuco ejerce como profesor hasta su retiro del magisterio público. De su vida civil sabemos que contrajo nupcias en 1949 con doña Marina Dumenes. Don Dagoberto y Doña Marina fueron padres de tres hijos.

La otra faceta de su vida es la entrega que hizo a la comunidad de su servicio como bombero. En esta vocación de vida, Don Dagoberto alcanzó la más alta distinción que puede alcanzar un voluntario, por su constancia, por su abnegación y servicios desinteresados para el bienestar de los ciudadanos calbucanos: La de Director Honorario por Mérito, otorgada en forma unánime por sus pares. Había ingresado en 1949 a la Antigua Quinta Compañía y posteriormente militó en la Tercera Compañía.

Se recuerda a don Dagoberto, arriba del tractor que acarreaba las bombas de mano y pertrechos en los incendios y amagos. Con el acoplado (Coloso lo llamábamos) acarreando rumas de tablas para la construcción del cuartel. El ritmico trac-trac del tractor se colaba por las ventanas de las casas de los calbucanos -en una época donde existían pocas radios y menos televisión y no estaba el pedraplen- perseguidos los vehículos por una chillona caterva de niños que se colgaban de las barandas para viajar unos metros arriba del móvil. Sobre uno de esos vehículos fue conducido el emblemático Maistril por don Gustavo, al hospital, en su última lucha.

Este lunes 12 de mayo desde el Cuartel de Bomberos, el féretro fue conducido a la Iglesia de San Miguel y desde allí el cortejo se dirigió al Cementerio de Calbuco. Fue despedido por sus compañeros de la 3º Compañía en la persona de Su Comandante el Sr. Munson, por el Comandante del Cuerpo de Bomberos y finalmente por el Sr. Alcalde de Calbuco.

CUADERNOS DE CAICAEN, en el pesar de la muerte del querido profesor, del eminente bombero y mejor ciudadano rinde homenaje a Don Dagoberto con estas líneas que el mismo dejó estampadas en las páginas 46-47 el Libro de Comandancia del Cuerpo de Bomberos. Sus propias palabras lo retratan mejor que cualquier discurso:

"En el presente libro de comandancia debe quedar estampada fielmente todo acontecimiento relacionado, en forma especial con la rama ejecutiva, aún cuando no sea de nuestro agrado, En este documento que con los años será histórico. El hecho de escribirlo aquí, tiene, no un afán o intención crítica, sino el propósito de hacer la historia como es; el propósito de que las futuras generaciones, quizás nuestros propios hijos o nietos sepan la verdad, cuando hojeen las presentes páginas, para entonces viejas y tradicionales, para demostrar que no somos ajenos a las debilidades humanas y para dar testimonio también de nuestras ansias espirituales y de nuestra superación sobre las mezquindades pasajeras.-"

Dagoberto Guerrero Huilquiruca
Calbuco 1962


lunes, mayo 19, 2008

CALBUCO...YUNQUE MARINERO DE LA ACTIVIDAD


CALBUCO, ANTESALA DEL ARCHIPIÉLAGO,
YUNQUE MARINERO DE LA ACTIVIDAD
[1].

Por OSCAR SALINAS

Fotografia: Manuel López



El autor de estas líneas, al hurgar entre sus recuerdos las horas pasadas en este pueblo isleño, no persigue otro objetivo que relatar sus emociones íntimas y, al mismo tiempo, dar a conocer la bellezas de sus vecindades.

Calbuco está situado en la isla que lleva su nombre, a pocas horas de Puerto Montt. El viaje se hacía antes en el yate “Tautil” de los Ferrocarriles del Estado, alcanzando el viajero a conocer la isla y algunos canales del Archipiélago durante el día. Actualmente hay otros vapores, de pequeño calado, que hacen ese recorrido.
Cruzando entre las islas Tautil y Helvecia, lo primero que divisa el viajero es un acantilado parduzco, llamado por los lugareños “La Picuta”. El oleaje nortino del golfo entona en el enrocado una canción extraña, como esas leyendas musicales de Wagner, que llenan los sentidos de bellas fantasías. Es la canción de los marinos del “Caleuche”, es la leyenda de un barco invisible, cuyas cadenas de ancla afinan las voces del mar para gemir una desgracia. “La Picuta” es el fondeadero oficial del “Caleuche”.
El barco ha detenido la velocidad de sus máquinas y avanza lentamente hacia el muelle. Al frente se divisa la isla Helvecia, pletórica de vegetación.
Bordeando la isla de Calbuco, divisa el viajero unas casitas sostenidas por pilotes de madera, entre los que juegan y cantan las mareas. Son pensiones de marineros, barcos anclados que nunca partirán. Allí se deleita el paladar con la ostra barata y sabrosa, con la centolla aristocrática y el erizo incitante, allí llegan los bongos pescadores a vaciar lo mas rico y sabroso en pescado de la región; ellos son “Nauto”, “Viki”, “Baipillán”, “El Griego” y tantos otros... Allí suena la victrola carraspeando una melodía arrabalera grabada a cientos de millas de distancia.
Y luego el muelle. Desde la cubierta del barco la mirada del viajero escudriña una colina caprichosamente edificada, tajeada por calles cortas y desconcertantes. Es un pueblo de película, de oleografía, o un afiche impreso en Suiza o Noruega.
Hemos dicho adiós al barco y el botero lleva nuestro equipaje al hotel.
-¿Al “Olavarría” o al hotel de Carlitos Francke, don?.
Quizás por qué motivo nos parece más chilote el de Olavarría y allá vamos. En realidad estuvimos afortunados en la elección.
Nuestra habitación domina las islas de Guar y Helvecia y una parte del continente, denominada San Agustín; entre el pueblo y las islas surcan el canal las lanchas fleteras y los botes: maderas, papas, alerce, marisco. Fondean en la costa del continente para descargar y hacer provisiones.
La isla Helvecia parece una torta de novios envuelta en celofán verde; en sus playas blanquea la conchuela y en su suelo el roble, el ulmo y el canelo ponen la nota verde que emociona.
En el canal, el mar balancea las lanchas con delicadeza de madre.
Salimos a callejear por el pueblo: tomamos por una calle que nos lleva al hospital de la isla y luego cruzamos por un atajo hacia la parte sur. Aquí el paisaje se prolonga hasta la cordillera austral. Se domina, al fondo, la península de Comau, tierra donde la leyenda dice que está escondida la Ciudad de los Césares.
Comau... Llancahué... Poeguapi... Huehuetumao: nuestro sueño. Partiremos una noche, aprovechando la marea, en el remolcador “Coro-Coro”, de Conrado Ditzel, hacia esos puntos maravillosos e ignorados del turismo oficial. Navegaremos por el estero de Comau, como por un fiordo noruego, admirando el río Velásquez y su cascada en el cerro Marillmó. Pasaremos entre Llancahué y Llanchid, admirando a las chilotas de robustos brazos, dirigir sus bongos cargados de cholguas, y mirando perderse, montaña adentro , las bulliciosas bandadas de loros.
Entraremos por el estero del río Hueque, mirando saltar de sus aguas las truchas y los salmones y tal vez soñando con los “baguales” errantes bajo el follaje cerrado de esas montañas vírgenes.
Nuestro guía, un chilote con cara de “reineta”, nos convida a “La Vega”, costa sur de la isla. Esta es la parte elegante de Calbuco y sitio de sus mejores sitios industriales. Viven en este punto los Ditzel, los Oelckers, los Schmeisser.
La playa de “La Vega” es hermosa y ancha y a ella atracan las embarcaciones que vienen de Ancud, Achao y Maullin.
Calbuco sufrió hace poco un voraz incendio, pero no es un pueblo de los que mueren así no más, porque a la belleza de su isla está unido el esfuerzo humano de sus isleños, que aman a su tierra y saben hacer grata la permanencia de los visitantes.
Ya de regreso al hotel, Olavarría se acerca y nos dice:
-No olvide que mañana tenemos un magnífico curanto. Por ahora pasen a servirse una entradita de centollas.
Así es Chiloé... Así es Calbuco.

FOTO: La isla de Calbuco, donde prosperan diversas industrias, como la de conservas de mariscos, se encuentra a corta distancia de Puerto Montt. Pequeñas barcas, goletas y faluchos hacen diariamente el trayecto hacia esa pintoresca isla, rodeada de hermosos canales.
...
[1] Revista En Viaje Nº 134 diciembre de 1944 pp. 122-123. Trabajo premiado en el Concurso “¿Conoce UD. Su país”? de esa publicación.

miércoles, mayo 14, 2008

A LO CALBUCANO


A LO CALBUCANO

RAÚL GÓMEZ TRAUTMANN


“A lo calbucano”, o mejor dicho “Comida hecha y amistad desecha”.

La expresión bastante conocida y muy socorrida con que título el presente artículo, se escucha no sólo en nuestra zona, sino que la usan en el norte, el centro y austro de nuestro país. Puedo dar fé que chilenos en el extranjero la han escuchado de labios de personas de otros países hispanoparlantes.

Expresión tan cosmopolita me ha llamado mucho la atención, y en ocasiones al interrogar al usuario, éste no ha podido explicar el sentido y alcance de la expresión.

Recreando la situación en comento, vista por un observador externo, diría que si alguien es invitado a compartir una fraterna mesa y debe por alguna razón levantarse abruptamente, es decir, más rápido de lo que las buenas costumbres aconsejan, se recurre a esta expresión, como frase salvadora que inicia la justificación de este comportamiento.

Creo que como calbucano, es bueno informar, ya que se pudiera pensar y más extrapolar que los isleños no manejamos o desconocemos el Manual de Carreño, y nuestros modales en la mesa no son los adecuados.

Eso, muy lejos de la realidad. Movido por lo anterior, me puse en campaña para conocer la raíz, esencia y sentido de lo que significaba “actuar a lo calbucano”. Para ello, recurrí a fuentes vivas: los ancianos calbucanos, ellos me han confiado lo que puede ser una de las versiones que comparto con los lectores.

La historia se teje muy atrás, cuando los viajes entre Calbuco y Puerto Montt constituían una aventura por mar. Lanchas de recorrido con frecuencia sólo semanal, transportaban a los calbucanos a la capital provincial, quienes visitaban el comercio y a los muchos parientes radicados en Puerto Montt.

Los lunes muy temprano zarpaba la lancha, desde la isla, llegando a destino después de 2 horas de viaje.

El regreso, el mismo día, por la tarde significaba que la visita a un pariente o amigo debía ser corta y precisa.

Como en la mayoría de las veces contemplaba una invitación a unas ricas onces, éstas debían ser muy rápidas y con constantes miradas nerviosas al reloj, para no perder la lancha. Si esto ocurría, significaba permanecer en Puerto Montt, varios días, hasta el siguiente viaje.

Entonces “a lo calbucano”, “comemos y nos vamos”, pudo nacer así, y de ninguna manera es un signo de mala educación o de pésimos modales en una mesa de los habitantes de la querida isla.
TOMADO DE: EL DIARIO AUSTRAL 17.06 1992 pp. A4

miércoles, mayo 07, 2008

LA PRIMERA RADIO DE CALBUCO





En febrero de este año el periodista don Juan Barrientos Oyarzún, fue galardonado por la comunidad portomontina como "Ciudadano Destacado del año 2008". Don Juan Barrientos, testigo -como pocos- del quehacer regional, ha plasmado grandes hitos noticiosos como también la cotidianeidad, en sabrosas crónicas. De su extenso bagaje cronical recogemos este episodio calbucano, producto de su excelsa pluma.


LA PRIMERA RADIO DE CALBUCO[1]


por: Don JUAN BARRIENTOS OYARZUN



Allá por 1936 o 37, en Calbuco no pasaba nada (no había coca, ni morfina, y los muchachos no usaban gomina), aparte del periódico “El Faro” que aparecía de vez en cuando y que se editaba en el edificio de Guillermo Trautman, por el Club La Chaucha.


Una mañana los calbucanos se asombraron al ver al radiotécnico de Puerto Montt Alfredo García, instalando dos enormes palos en los techos de las casas de don Carmelo Davis y en la tienda y vivienda de don Luis García Descouvieres, hombre bonachón y agradable. Salieron de su inquietud cuando se les informó que eran las antenas para una radio (receptor), la primera en Calbuco que compró Luis García, y este hombre hizo saber que se iban a hacer transmisiones públicas. En el segundo piso se colocó la radio RCA que parecía la torre de una iglesia, con un ojo mágico en el centro.

La primera transmisión comenzó a las 7 de la tarde, con unas 500 personas escuchando (Calbuco tenía poco más de mil). Tangos, valses y corridos mexicanos alegraban el ambiente y luego las noticias de Chile y el extranjero, sobre todo la guerra civil española, y así se conocieron nombres como Franco, Primo de Rivera, Mola, La Pasionaria, el general Mascardo que prefirió que le mataran al hijo antes que entregar el Alcázar de Toledo. A las 10 de la noche terminaba la transmisión y aplausos y vivas de todos para don Luis García.

El segundo día ya había mil personas, gentes de las islas que llegaron donde parientes con cerditos, ovejas ahumadas, gallinas, y como era invierno los varones con mantas, litros y chuicas de las “viñas” de Jose Luis López o José Moneva. Pero a los chicos no les gustaban las noticias y como en Calbuco sobraban piedras, un menor lanzó una contra el ventanal donde estaba la radio, felizmente sin causar daño.

Vino el tercer día, siempre a las 19 horas, ya había mucho más de mil personas, mujeres con chales y hombres con mantas, litros y chuicas y canastos con tortillas, frente a la Tienda García. Llevaba la transmisión alrededor de una hora, cuando un peñascazo dió al medio de la radio y la lanzó hacia adentro.

¿Quién sería?. ¿Ursino, Joaco, Chocorane o el tuerto Yica?. Nunca se supo, ya que en el público estaban también Milton Bosnich, Floridor Cárdenas, Gustavo Torres, Carlos Pothoff y otros jovencitos de entonces, que tampoco vieron quién fué.

Don Lucho García que era bueno, pero ligero de genio, asomó por la ventana e hizo dos disparos que causaron una gran estampida (escopeta o revólver, nadie sabe con qué disparó don Lucho). Los mirones-oyentes desaparecieron dejando “la raya”, frascos y canastos, las mujeres caían y se levantaban gritando, mientras los chicos jalaban al cerro, y los oyentes de casas vecinas como Mariano Olavarría, Manuel Cárdenas y Carmelo Davis, que estaban con amigos, se lanzaban al piso, para evitar los proyectiles.

Se acabaron las transmisiones públicas y Alfredo García tuvo que apelar a sus habilidades para reparar esa que fue la primera radio de Calbuco.


[1] Tomado de: EL DIARIO AUSTRAL 4 de Abril de 1992 pp. A3