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miércoles, marzo 18, 2009

LA COLONIA DE LLANQUIHUE




RECUERDO HISTORICO DE LA COLONIA LLANQUIHUE

Por BELISARIO GOYCOLEA

En 1910 el notable hombre público calbucano don Belisario Goycolea, -Regidor y Alcalde Subrogante de la Ilustre Municipalidad de Calbuco, redactor de El SOL primer periódico calbucano, representante del Partido Liberal, amigo personal del Presidente don José Manuel Balmaceda-, escribió esta notable pieza histórica que reproducimos parcialmente en este espacio. Con este trabajo y sus crónicas, Don Belisario Goycolea es uno de los pioneros de la creación histórica en Calbuco.

[FRAGMENTOS]

Cuando en mi niñez conocí por primera vez el serpenteado y tranquilo canal de Tenglo, pisando enseguida la playa que riega el río Cayenel y observando después aquellas taimadas selvas que servían de muralla a las encrespadas olas del verano, nunca pensé ni me lo figuré siquiera que en el transcurso de 50 o más años, se levantaría hoy día en la planicie de aquel solitario paraje, la verdadera Cineraria del Sur, o sea, una hermosísima y elegante ciudad que, mediante la perseverante atención de sus mandatarios y el constante trabajo de sus moradores, unido al floreciente desarrollo de sus industrias y comercio, se ha extendido y acrecentado de una manera asombrosa, más allá de la pequeña área plana de terreno que se descubrió en aquel entonces al golpe de la afilada hacha de los isleños y de los habitantes de las costas vecinas, cuyo vigoroso brazo en esta clase de trabajo, no ha tenido rival en nuestro país.

Recuerdo todavía el estruendo que daban al caer aquellos colosales muermos, mañíos, lumas y laureles, cuando eran derribados por los adiestrados hacheros, bajo la acertada dirección del activo y laborioso Agente de Gobierno, don Vicente Pérez Rosales, quien desde un corpulento tronco de arrayán de caprichosa figura, que hizo labrar en forma de silla en la esquina oeste de la actual plaza de Abastos, observaba atento aquella peligrosa faena.

Procedía así el empeñoso Agente porque esperaba un gran número de inmigrantes extranjeros, de no escasa cultura, cuya fama de reconocido talento los unos, de buenos industriales los otros y de magníficos agricultores los restantes, presagiaba el futuro progreso y la firme y segura formación de la colonia de Llanquihue.
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Un mes después, utilizando los calores de diciembre del año 1852, se ponía fuego a la derribada montaña, fuego que ayudado por el viento sur, se extendió con rapidez hasta cien metros más arriba de las cumbres, quedando como testigos de aquella devastación y de aquella hoguera, más de dos mil troncos que parecían un disperso regimiento de africanos.

Hecho todo esto, se trazó provisionalmente con estacas blanqueadas, el primitivo plano de la ciudad, sin desperdiciar el terreno fangoso que cubría el Cayenel y sus tributarios, construyéndose enseguida un gran galpón en lo que es hoy día la Plaza de Armas.

Días después, con más de cien hombres de las islas Maillen, Huar y costa de Huelmo …., mezclados con otros cien de Chiloé, se principió a arrancar los troncos en la parte plana y se procedió, acto continuo, a la construcción de una gran casa para el Agente y demás empleados, con piezas para oficina y dos grandes salones, en el mismo sitio donde está la Intendencia y Tesorería; otra casa de rara figura para Escuela en la esquina de Schwerter, frente a la plaza; un cementerio general en la cumbre donde existe la Escuela Normal de mujeres, que ostentaba en su fachada un gran letrero obsequiado por los marinos del bergantín de guerra “Meteoro”.

Se principió también la construcción de una Capilla al norte de la propiedad Rotter, al sur del río Melipulli, río que utilizó para molino el industrial y comerciante a la vez, don Agustín Cantín. Por último, se trabajó una Cárcel de forma octogonal en el cerro que va al cementerio general, cárcel que mas tarde vimos gobernada por un negro bien grande que daba miedo, pero que temblaba cuando se ponía al frente del Juez Gundián o del Intendente Del Río. Tan agreste era el negro Alcalde, que el infame y grande asesino Coronado, tembló al verle la figura y lloró cuando fue encerrado por él en un calabozo para pagar sus crímenes con su vida en la falda del cerro de la cárcel, bajo la certera puntería de un piquete de línea que vino desde Valparaíso.

Las personas que resolvieron quedarse para formar parte de la nueva población, hicieron casitas provisionales y ramadas con tablas de alerce, en forma de pirámides o conos, rivalizando los nuevos pobladores en sus trabajos con entusiasmo tal que a fines de enero había algunas casas bien hechas en las calles Varas y Urmeneta, por cual Melipulli, parecía ya una ciudad de puros chilotes, sobre todo en el día que fue bendecida la piedra fundamental, por mano del prebendado de la Catedral de Ancud don Miguel Sevilla. La bandera de Chile estaba enarbolada ese día hasta en las carpas de ramas. Por esto, la ciudad de Puerto Montt celebra entusiasmada y con justísima razón el día 12 de febrero.

Días después quedaban definitivamente cerrados todos los sitios concedidos a los nuevos pobladores, señalándose un cuarto de manzana a los que podían edificar casa de dos pisos y un octavo a los que edificaban de uno. Entre estas concesiones, obtuvo don Felipe Santiago del Solar [Hermanastro de V. Pérez Rosales] una manzana de forma casi rectangular en lo que es hoy Hotel de la Marina.
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Cabe recordar aquí, el noble proceder del coronel don Benjamín Viel, quien, impuesto de la escasez de terrenos para posesionar a los colonos por causa de la fecha anticipada que ya hemos dicho, dejó sin efecto un contrato que había celebrado con la Municipalidad de Valdivia, cuyo acto de generoso desprendimiento abrillantó su espada de guerrero y cubrió de fama su limpia frente de chileno.
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Asimismo, y no menos habría quedado por los suelos la empeñosa y activa labor de don Bernardo Philippi, cuya palabra se conquistó tanto crédito en Berlín, cuando aseguraba en la prensa y en las revistas que Chile tenía inmensas y feraces tierras de cultivo, con un clima benigno, con bosques de variedad de maderas utilizables en las artes e industrias.

Un mes después de lo relatado respecto de la formación y base de la colonia, se tuvo noticia de la balandra correo Emprendedora que en Ancud había fondeado procedente de Hamburgo un buque con colonos para Melipulli, después de un viaje de cinco meses de penosa navegación.
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Debo agregar aquí, que las autoridades y pueblo de Ancud, comprendiendo el estado de postración y decadencia de ánimo que en los viajeros se dejaba ver a la simple vista, acordaron invitarlo a salir a tierra por unos días, para lo cual enviaron embarcaciones al costado del buque para desembarco, y mientras esto se hacía, las señoras preparaban alimentos frescos para obsequiarles en propia mano, a fin de reforzar aquellos aniquilados organismos tan debilitados por el inmenso malestar de un viaje tan largo y penoso.

Las señoras Sánchez de Alvaradejo y Oresqui de Andrade, fueron, según oímos decir, las iniciadoras de esta noble acción, que fue secundada por las señoras Moreno de Robles, Calonje de Andrade, de Gómez, de Pérez y de Molina.

Ocho días después fondeaba el buque en Calbuco, y aquí como en Ancud, se les hizo otro tanto, distinguiéndose las señoras Molina de Ramírez, Calonje de Ricardi, García de Mansilla, Pérez de Gómez, Olavarría de Silva, Díaz de Garay y Díaz de Gallardo.

Cinco días más tarde fondeaba en Melipulli el buque, desembarcando todos los colonos en 48 horas, siendo hospedados en el galpón que ya hemos dicho, prodigándoseles las atenciones que merecían y la alimentación diaria conforme a las circunstancias del caso. El agente del gobierno que era un hombre previsor, tenía provista unas bodegas con toda clase de víveres y alimentos, además del ganado que había depositado en la isla de Tenglo.

El número de colonos procedentes de Hamburgo y Corral, que llegaron en el espacio de un mes, más menos, alcanzó a 212, distribuidos como sigue:

Casados, 48 hombres
Casadas, 48 mujeres
Viudos, 1 hombre
Solteros, 14 hombres
Niños de ambos sexos, 103
Total, 212 personas.

Entre éstos venía un doctor en ciencias, un bachiller, un médico, un ingeniero, un oficial retirado de ejército, un pastor, varios industriales de distintas profesiones y oficios, un comerciante y el resto agricultores.

Voy ahora a referir ahora como se descubrió el lago Llanquihue, o sea, la antigua Purailla de los antiguos misioneros andinos.

Existía en Huelmo en aquel entonces, un respetable y honrado agricultor, que en su juventud había acompañado al Padre Menéndez en su expedición a Nahuelhuapi, antigua misión que tenía por vía el histórico camino Vuriloche, tan buscado después por don Guillermo Emilio Cox y por don Francisco Fonck desde todas las orillas y planicies del Reloncaví y sus afluentes.

Llamábase éste José Antonio Olavarría y Téllez, antiguo Fiel de Fechos del gobierno español en Calbuco cuyos actos de tal hemos visto en el Archivo de la Notaría de ese pueblo.

Olavarría, al regresar con el padre Menéndez por el lago Todos los Santos faldeando el cerro Calbuco para bajar a Ralún o Petrohué, avistó el hermoso lago, cuyo desaguadero es el río Maullín.

Existía también en Cancura un indio muy afamado como talador, cuyos conocimientos prácticos de orientación y posición precisa, en medio de las montañas, superaban a la acción de la aguja magnética, pocas veces desmentida.

Los que hemos entrado en medio de los bosques, podemos darnos cuenta de que es muy fácil perderse en la espesura, pues hay momentos en que no se ve el sol ni el correr de las nubes.

Este indio había visto el lago en dos ocasiones con motivo del rodeo de sus animales en los meses de septiembre de cada año.

Pérez Rosales que todo esto lo supo, invitó a Olavarría para que los acompañara en la apertura del camino de Puerto Montt a la laguna, oficiando a la vez al Gobernador de Osorno para que el indio lo ayudara como guía, mediante el pago de cierta suma de monedas de oro.
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Pérez Rosales, como ya hemos dicho, era un hombre enteramente previsor y muy ilustrado. Sin embargo, y a pesar de sus conocimientos sobre exploraciones y descripciones antiguas sobre la materia, no se atrevía por sí solo a llevar adelante la difícil apertura del camino, o sea, el sendero para llegar al lago.

Convencido el Agente de Colonización con Olavarría y el indio –cuyo nombre no recuerdo- se encontraron cincuenta hombres de las islas vecinas y de Lemuy, todos provistos de hachas, machetes, guarros y esquero y su provista maleta que terciaban a la espalda.

Listos para la marcha la caravana subió por la cuesta al lado sur del primitivo cementerio, adhiriéndose a esta comitiva, dos valientes colonos apellidados Lincke y Wehle, internándose en los primeros días de marzo y con rumbo al norte según las circunstancias o configuración del terreno, hasta el río Tres Lapas, haciendo como señal en un gran trozo de alerce, tres cavidades donde comieron la mejor “ulpada”; y aquí el origen del nombre de aquel río.

A los ocho días de constante trabajo por jornadas, en aquella espesura, cuyos dominios disputaban el temible león, la astuta zorra y el agorero chucao, se dispararon como de costumbre cuatro tiros de fusil para anunciar la hora de comida y de descanso, faltando a esta cita los dos animosos colonos, que en su juventud se habían internado mucha veces en las montañas de su patria nativa. Acto continuo se renovaron las descargas para orientar a los dos que faltaban, medida que no surtió efecto, pues a las diez de la noche se creyó que Lincke y Wehle se habían quedado durmiendo al calor del fuego no a mucha distancia, pues tenían fósforos y víveres para el día.
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Impresionado, Rosales por este acontecimiento, ordenó regresar a uno de los mozos a Puerto Montt, conduciendo una carta escrita con lápiz para el comandante del “Meteoro”, en que le suplicaba hiciera descargas de cañón cada media hora y durante todo el día.

Pero ¡oh suerte!, ni con los cañones del buque, ni con las demás diligencias hechas en las montañas, se pudo tener noticia del paradero de aquellos denodados extranjeros cuyos huesos fueron encontrados quince años después cerca de la chacra de Binder como para significar el más grande tributo rendido a su nueva patria y a su arrojo.

Más incorporado el Agente al otro día, bajo la responsabilidad que le cabía como hombre y como jefe, en la obra que se había propuesto llevar hasta su conclusión, no sin abandonar la esperanza de encontrar a los colonos, siguió su trabajo hasta que una hermosa mañana de la mitad del mes de marzo y a las 11 A. M. refrescó su corazón bebiendo un jarro de agua del lago Llanquihue, que fue su más grande aspiración conocer, creyendo ver en aquellas orillas o riberas, terrenos apropiados para el cultivo, o al menos encontrar un lugar para la formación de otra colonia.

Como se ve, las aspiraciones o anhelos del incansable Agente de la colonización se cumplieron conforme a sus deseos y él lleno de contento con el inapreciable hallazgo de aquella hermosa comarca, denominó la orilla riberanas del sur del lago, donde hoy se ostenta un gran pueblo, con el nombre de “Puerto Varas”, para eternizar la persona, el nombre de aquel gran Ministro del Interior, quien meses después, en su carácter de jefe del gabinete, dispuso que el otro paraje llevara el nombre de “Puerto Rosales”.

Antes de la entrada del invierno, se hizo un repaso en el sendero abierto para hacer el viaje con más facilidad el lago.

Hecho esto, se concluyó una cómoda falúa bajo la dirección de don José María Gutiérrez y del carpintero Pacheco, que vivió en la cumbre de Maldonado al lado sur de del Torreón de los Padres Jesuitas de Puerto Montt, hoy felices por su esforzado trabajo y economía, santa virtud que muchos reconocemos y que otros pocos tachan por envidia o por sectarismo.

Concluida la gran falúa, se tripuló con seis buenos remeros y dirigiéndose con rumbo al norte un día despejado de sol, después de rodear dos puntas bastante salientes, llegaron frente a una península que llamaron Centinela, la que cubre la bahía o puerto al que dieron el nombre del marino que los acompañaba, Muñoz Gamero cambiando después no sé por qué causa por el Octay, haciendo desdén puede decirse a la memoria de uno de los buenos servidores de nuestra patria.
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En consecuencia, y como para animar los lacerados corazones de aquella falange de resueltos extranjeros ávidos por entrar a la lucha por la vida, pidió la creación inmediata de dos escuelas, una viceparroquia, un cuerpo de policía, un ingeniero, una subdelegación y las demás autoridades dentro del radio de su provisoria jurisdicción, designándose para estos cargos al doctor Geisse y Descouvieres al capellán don Antonio Barrientos, el señor Decher, a Günther, a Olavarría Javier y a Mansilla Garay como subdelegado.

Veinte días después de la expedición de Pérez Rosales al Lago se contrataron embarcaciones para conducir y radicar algunos colonos a Ilque, Huelmo, Chamiza y Coihuín.

Existía en Coihuín un tal Villarroel conocido con el nombre de “Chompa”, a quien por ser leguleyo y tinterillo de mal cuño, le cortaron a oreja derecha después de una contienda judicial en que fué vencedor, mediante el despecho y criminal actitud de cuatro jureros que en aquellos tiempos de mapuche se compraban por una libra de tabaco de contrabando, cosa que en el día también se hace, pero teniendo que hilar bien delgadito los tinterillos en las audiencias de prueba.

Sigamos: “Chompa” que era ducho y amigo de conservar sus papeles tenia en una caja de sus antepasados, que rezaba solamente veinte cuadras de extensión, pero el tal título, como todos los antiguos tenían por linderos de sur a norte todo lo que la vista podía abarcar, desde las orillas riberanas hasta las mas altas cumbres, y por el otro lado, desde el río tal hasta la punta más saliente de la costa.

Parapetado con este documento, se presentó el señor Pérez Rosales diciendo ser dueño de Melipulli, y por lo tanto, no permitía se llevará adelante el establecimiento de la colonia, mientras no se le pagara en oro recién salido, $10.000 al contado.

Impuesto el agente del famoso título, desechó de plano tamaña pretensión, como igualmente la proposición, siguiendo adelante y con más entusiasmo su obra de poseedor primitivo, bajo el amparo de la Carta Fundamental de nuestro país, y de las leyes y demás disposiciones supremas vigentes, que rejían en aquel tiempo. Al presente, el Código Civil nos habla bien claro sobre las tierras del Estado.

Enojado Villarroel por este percance o gran desengaño, con el que veía frustradas sus ambiciones, se dirigió a Santiago, contrariando los consejos del Gobernador y Alcalde de Calbuco don José Ramírez y don Manuel Silvestre Ricardes.

Dos meses después de lo anterior, el Presidente don Manuel Montt y en presencia de su ministro don Antonio Varas, recibía en audiencia privada al propietario Villarroel y después de oírlo y ver sus títulos de dominio, le dijo que no tenía más derecho que a las veinte cuadras cuadradas, pero que si cuidaba y ayudaba al Agente Pérez Rosales y a los colonos, le daría una hijuela de terrenos sobrantes para cada uno de sus hijos varones, oferta que más tarde fue cumplida al pie de la letra.

Siempre adelantado por la senda del progreso, galardón siempre concedido al trabajo, con fecha 27 de junio de 1853, la pobre colonia de Melipulli fue bautizada con el nombre de Puerto Montt, cabecera de la provincia de Llanquihue, cuyos habitantes, tanto extranjeros como chilenos, obtuvieron del Supremo Gobierno la gracia de ser inscritos en los Registros Electorales del Departamento de Carelmapu, para tomar participación en las elecciones del año 1855, en que salió triunfante la candidatura de don Sótero Gundian.

Y este Puerto Montt que después de Pérez Rosales fue acrecentándose rápidamente por la activa labor de sus inteligentes y anhelosos mandatarios, como lo fueron don Gaspar del Río, don Manuel Blest, don Mariano Sánchez Fontecilla, don Manuel Mansilla Velásquez y don Felipe Santiago del Solar.

Tal era el rápido vuelo de su progreso y adelanto e desde la Administración del señor Del Río, principiaron a llegar los vapores y buques de vela trayendo y llevando mercaderías nacionalizadas y maderas y productos respectivamente.

El vapor Bío-Bío, con sus ruedas al costado y su gran balancín en el centro, condujo las primeras mercaderías desde Valparaíso, y el bergantín Eclipse mandado por el capitán Davis que concluyó su vida con su jardín en Ancud en la propiedad de Torres y Le Fort, fué el primero que llevó maderas a Valparaíso para la barranca de don José Salamanca.

Más tarde, cuando ya se establecieron las máquinas a vapor de Prochell, de Dartnell y Gatwis y todas las demás industrias y oficios, tomaron incremento junto con la agricultura; el comercio tuvo un agitado movimiento y las artes un arranque pocas veces visto.

Entonces vimos llegar cada mes al vapor “Cloda” y arribar la barca “Elisa” y otros buques más de enorme tamaño, como la fragata “Liguria”.

En esta época fue cuando vimos circular los cóndores y monedas de buena plata, por los enormes durmientes para el ferrocarril de la Oroya, contratado por Meiggs, si no nos equivocamos. Por cuatro durmientes de alerce se cambiaba un quintal de harina de Santiago, y por uno se conseguía un galón de aguardiente de chancaca de la fábrica de Nicolás Mena de Valparaíso.

Y después de todo esto, como para llamar la atención de los viajero, vemos allí, lucidos y sólidos edificios fiscales que pretenden hacer competencia a los muy hermosos, de propiedad particular, colegios de primer y segundo orden para la enseñanza primaria y secundaria, debido los primeros a la Administración de Balmaceda, ese gran hombre que supo mantener el principio de autoridad y que dejó rellenas las arcas nacionales, según el dicho casi general de la prensa de nuestro país, y del extranjero que son el balance justiciero de los actos de los hombres públicos es de gran valor las naciones.
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Hermosean el pueblo, tres grandes y bellos templos dignos del culto a que son destinados; un hospital bien montado a cargo de las dignas y renombradas Hermanas de la Caridad; un lazareto; dos cementerios, en que está vivo el recuerdo de los que cumplieron su misión en esta vida, tan llena de contrariedades; dos colegios para ambos sexos, regentados por as Hermanas de la Caridad y por los Padres de la Compañía de Jesús, en donde se recibe una educación bastante útil y provechosa.

A más de esto, posee la ciudad de Puerto Montt una regular Plaza de Abastos con comodidad para el Mercado en el primer piso y en el segundo un salón espacioso para la Municipalidad y sus oficinas, y otros para teatros de aficionados.

Dos clubes musicales que viven sin quebranto del concurso animoso de sus entusiastas socios. Un muelle fiscal para pasajeros con Oficinas para la Capitanía del Puerto y para resguardo Una Intendencia espaciosa y una Tesorería Fiscal de igual condición.

Fábricas y talleres de variedad de artefactos y artículos de consumo. Molinos de harina de flor y curtiembres, bien administrados que producen utilidad a sus propietarios, molinos para moler huesos que benefician la agricultura. Se fabrica también buena cerveza y aguas gaseosas de muy buena calidad, se preparan con bastante gusto y limpieza, buenos jamones y salchichas , queso charqui, mantequilla abundante en los vecinos, sin contar con la agradable preparación de repollos, zanahorias, coliflor y fréjoles que se hace en abundancia para el consumo en la primavera.

Tiene también Puerto Montt un varadero natural para embarcaciones de gran calado, favorecido por fundiciones, herrerías y carpinterías que hacen todas las obras y trabajos que reclaman los buques y su calafateo.

Buenos carruajes y carretas que recorren constantemente las calles y los caminos hasta el lago, el Salto y Coihuín.

En fin, hay que empezar como una verdad que no puede ser refutada, que Puerto Montt, a más de ser una ciudad moderna y bien plantada, ha sido dotada por la naturaleza para encanto de los viajeros y para placer de sus hijos, de una variedad de flores silvestres que aroman casi todo el año los campos de cultivo y hasta los centros de los bosques, y si a esto agregamos la variedad de lucidas y atrayentes flores que se cultivan en los jardines y en los curiosos maceteros, por manos de jóvenes niñas que se parecen a las mismas flores, tendremos que decir como el poeta:

“ Aquí todo es encantador,
en cada espacio hay una flor”.

Por último, la construcción del malecón, esta obra de varonil aliento que vendrá a dar extensión y ancho campo a la estación del ferrocarril y su maestranza, será a la vez el mejor atracadero para las embarcaciones, por su resistencia y solidez, sobre todo en las quietas y altas mareas.

Nos falta relatar, como conclusión, una coincidencia que sólo se presenta raras veces y esta es la que vamos a referir.
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Cupo al gran político y jurisconsulto, don Manuel Montt, en el período de su administración presidencial, decretar la fundación de la colonia de Llanquihue, haciendo traer de diferentes pueblos de Alemania, un contingente de ciudadanos laboriosos y honrados, dotados de los mejores conocimientos y cualidades para poblar el valle más conveniente y adecuado del Seno de Reloncaví, empresa que desde el primer momento tuvo muchísimos inconvenientes, a causa de la guerra que se le hizo tanto en Chile como en el extranjero.

Tenaz don Vicente Pérez Rosales en la prosecución de la gran empresa confiada a su honor y a su persona, sin que nada lo arredre, consiguió su objetivo y tuvo la dicha de ver quince años después, coronada su obra, recibiendo el premio de sus desvelos, con un asiento en el Senado de la República, en representación de la provincia de Llanquihue.

En esta visita que hizo Pérez Rosales a Puerto Montt, fué muy visitado y atendido por casi todos los vecinos de la ciudad y de los campos. Una tarde se hacía recuerdos del pasado en uno de los salones de la casa del Intendente; entonces sacó el dueño de casa de su gran cartera, una carta de don Antonio Varas que recuerdo decía las siguientes palabras: “Perseverancia amigo: llegará un día que nos harán justicia y entonces como ahora, aquí o allá, unidos en común abrazo, repetiremos: no nos pesa porque hicimos un gran bien”.

Y la verdad, no pudo el gobierno de aquella época, haber hecho una obra mas valiosa para los intereses generales del país.
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Calbuco, 6 de agosto de 1910