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martes, septiembre 20, 2016

CHILOE Y LOS JESUITAS SEGUN NICOLAS DEL TECHO P. III

NICOLÁS DEL TECHO
HISTORIA DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
TOMO TERCERO * LIBRO SEXTO

CAPÍTULO VII
MISIONES DE LA COMPAÑÍA EN LA ISLAS DE CHILOÉ
En este Archipiélago trabajaban sin descanso el P. Melchor Vanegas, que era rector, y tres compañeros que tenía. Todos los años enviaba el gobernador de Chile una nave con dinero y provisiones para los soldados y religiosos, pues la generosidad del monarca llegaba hasta aquellos países remotos; en ningún otro tiempo se podía comunicar por cartas con los Padres, quienes cada dos ó tres años iban por turno al Colegio para dar cuenta de sus actos. En las islas había ochenta capillas, construídas en las aldeas del litoral; á éstas se dirigían por el mar los religiosos y permanecían en cada una seis ú ocho días, procurando el bien espiritual de los indios, á los cuales era tan grata la presencia de los Padres que, cuando éstos partían para otras aldeas, se lamentaban amargamente y les suplicaban que tornasen pronto. Si corría en alguna isla la noticia de que se acercaban, salían en caterva los indios de sus antros y selvas, ofreciendo sus hijos á fin de que los bautizasen, y ellos se confesaban. Si no se atrevían á salir por temor á vejaciones ó estar enfermos en el lecho, los misioneros, atravesando ásperas montañas y bosques espesos, sin reparar en fatigas, los buscaban llevados del celo de la salvación de las almas. Tan continuas fueron sus expediciones por mar y tierra, que en todo el Archipiélago de Chiloé quedaron pocas personas adultas sin recibir el Bautismo. Consta de cartas escritas por el Provincial al Padre General, que desde que entró la Compañía en las islas de Chiloé, ingresaron en la Iglesia nueve mil almas. No contentos los religiosos con tan fructuosos trabajos, penetraron en la región de los chonos y huiliches, última del Nuevo Mundo, de cuya empresa, verdaderamente apostólica y modelo, hablaré, exponiendo antes algunos sucesos que la precedieron.

CAPÍTULO IX
COSTUMBRES DE LOS CHONOS Y LOS HUILICHES

Cuando el Provincial Diego de Torres dispuso que fueran á las islas dE Chiloé los Padres Melchor Vanegas y Juan Bautista Ferrusino, les ordenó que inquiriesen con diligencia los usos de los chonos y huiliches, habitadores de las tierras inmediatas al estrecho de Magallanes, y que si había esperanzas de convertirlos al cristianismo, procurasen á todo trance realizarlas. El cacique de los chonos, Delco, allanó el camino. Con objeto de comerciar solía ir á las islas de Chiloé, y tuvo ocasión de conocer el Evangelio entre los españoles; bautizóse, tomó el nombre de Pedro, y deseando que su hijo alcanzase igual beneficio, se presentó á los misioneros que residían en Chiloé y los llenó de gozo. Llevaba en cinco piraguas su familia y numerosa comitiva. Interrogado por los Padres acerca de las costumbres de los chonos y huiliches, después de saludos mutuos, valiéndose de un intérprete perito en el idioma de Chiloé, se expresó de esta manera: «Tres días de navegación dista de aquí Guata, primera isla del archipiélago de Chonos; se va á ella por medio de un mar siempre tempestuoso, aunque los chonos conocedores de los vientos no le tienen miedo; pero los extraños hallan incesantes peligros en los remolinos y olas. La gente vive, parte en el continente y parte en multitud de islas cercanas á la costa; ninguna de éstas cuenta más de tres ó cuatro familias; el suelo es pedregoso y estéril; apenas simiente alguna da fruto; los árboles son más tristes que los de Chiloé; los indígenas viven de pescados y otras cosas que arroja el mar; ayudados por sus mujeres, se lanzan al agua y salen con buen acopio de peces en canastillos pendientes del cuello; escasea el agua potable; beben aceite de lobos marinos, y no conocen género de vino; después que se hartan de dicho aceite y de peces, celebran sus bacanales con gesticulaciones propias de hombres borrachos, y llegan á dar muerte en semejantes festividades á sus mismos parientes; sin embargo de lo expuesto, en la isla de Guata se cría trigo turco, con el cual confeccionan una bebida. Los indios llevan el cabello teñido de rojo; la cara de color del acebuche; son de blanda condición. En las islas remotas hay perros velludos y con melenas, de cuyo pelo se hacen los chonos vestidos tan cortos que cubren el pecho y hombros solamente; tapan las partes vergonzosas con algas y hojas de plantas marinas endurecidas al sol.» Así habló Delco. Los huiliches, que viven cerca del estrecho de Magallanes, son aún más pobres y de peor carácter; su país cae debajo del grado cincuenta de latitud austral, y es frío en extremo; van completamente desnudos; sus casas, de forma cónica, están fabricadas con flexibles cortezas de árboles; nada comen guisado; se alimentan de peces y ostras; tienen la piel atezada, y sus cabellos erizados parecen de fieras, no de hombres. Son pocos, y dan la razón de ello diciendo que no se multiplican por la miseria del país y las invasiones enemigas, pues los huiliches son cazados por los chonos como bestias y reducidos á esclavitud ó vendidos en las islas de Chiloé; es verdad que en la servidumbre gozan de mejor suerte que en su patria. Cuando hablan parece que gruñen. Antes de que aprendan la lengua de Chiloé nada saben sino espantar las aves de los sembrados.

Valiéndose de intérprete, el P. Juan Bautista Ferrusino en dos días tradujo al idioma chono los diez mandamientos, las oraciones cristianas y el modo de aborrecer los pecados; los bárbaros quedaron admirados de esto. Delco pedía con vivas preces el Bautismo para su hijo, pero se le dilató porque no estaba suficientemente preparado en tan corto tiempo. Los chonos aprovecharon la bonanza y regresaron á su tierra; recibieron antes ciertos regalos, y partieron suplicando, aunque en vano, á los Padres con rostro y acento lastimeros que los acompañasen á las islas; unos y otros se separaron con inmenso dolor, si bien los chonos se consolaron algo con la promesa que les hizo el P. Melchor Vanegas de procurar su bienestar espiritual.


     CAPÍTULO X             
LOS PP. MELCHOR VANEGAS Y MATEO ESTEBAN NAVEGAN A LAS ISLAS DE LOS CHONOS
En los diez años siguientes nada se hizo de provecho sino evangelizar á los chonos y huiliches que á largos intervalos visitaban las islas de Chiloé. En el año de que hablamos, el P. Melchor Vanegas, infatigable y apostólico misionero del América austral, y su compañero el P. Mateo Esteban, sin temor á género alguno de peligros, se lanzaron á un mar para ellos desconocido, juzgando que con su viaje á las islas de los chonos dejarían un buen ejemplo á la posteridad; la barca en que iban estuvo á punto de sumergirse en medio de una fuerte borrasca que los hacía juguetes del viento; por fin, arribaron felizmente á la isla de Guata, donde Delco, sabedor de su llegada, imitando á los de Chiloé, había construído una capilla y reunido cuanta gente pudo, á fin de que recibiera el Bautismo. Pasaron después los misioneros al continente é islas próximas, hallando muchas personas sedientas de conocer la doctrina cristiana; no bautizaron más que doscientas doce, pues había espirado el plazo que sus superiores fijaron para la expedición; así que con gestos y palabras manifestaban que, á no estar sujetos á obediencia, con gusto pasarían toda la vida entre los chonos. Pero en verdad esto lo decían llevados de sus afectos, pues bien sabían que era imposible establecer residencia en un país tan áspero y de cielo tan inclemente. Viendo que los chonos moraban dispersos en muchas islillas, sin que fuera posible congregarlos ni visitarlos aisladamente, encomendaron el negocio al Señor, y se dispusieron, ya vueltos á Chiloé, á socorrer con todas sus fuerzas á los chonos y huiliches. Según documentos que he visto, los religiosos de Chiloé estuvieron otras veces en las tierras de los chonos y huiliches, en lo que se ve cómo el celo de aquéllos se extendía por todo el mundo.

CAPÍTULO XXIV
LO QUE OCURRÍA EN EL REINO DE CHILE.

Mientras que así se procuraba la salvación de los negros, los PP. Andrés Agrícola y Cristóbal Deódato, en la provincia de Cuyo, visitaban en continuas expediciones los pueblos cercanos á Mendoza y los situados en las montañas, bautizando inmensa turba de gentiles. En Arauco, además de recorrer los campos vecinos, el P. Vicente Modolello y su compañero hacían entradas á países remotos, yendo por incómodas sendas; administraron los Sacramentos á los habitantes de ocho aldeas, en parte neófitos y en parte paganos. En la Concepción las autoridades condenaron á la horca tres indios prisioneros de guerra; dos de ellos, gracias al P. Rodrigo Vázquez, recibieron el Bautismo antes de ser ajusticiados; el tercero fué colgado impenitente y obstinado; mas ¡oh misteriosa predestinación del Señor! suspendido de una recia cuerda, se rompió ésta y cayó al suelo; atónito, dijo que deseaba ser cristiano y subir al cielo; pidió el Bautismo, y recibido éste, fué ahorcado; es de creer que se salvaría. Otros prisioneros ingresaron en el seno de la Iglesia. Voy á ocuparme de las islas de Chiloé, y contar la muerte del P. Prada, vallisoletano, á quien alabaré por sus eximias dotes de alma y cuerpo, y por haber ido á tan lejanas tierras, llevado de santos pensamientos. Tenía treinta y ocho años; doce vivió en la Componía, con tal reputación de virtud, que poco antes de morir estaba propuesto para los votos solemnes; aunque no pudo gozar tal honor, esperamos que Dios le habrá concedido otros, ya que imitó al buen pastor en dar la vida por sus ovejas. Navegaba á las islas de Chiloé, donde iba con frecuencia, cuando fué atacado de disentería; á pesar de esto, trabajó en mejorar las costumbres de los indios, con tanto olvido de sí mismo, que, sentado bajo un árbol y sin fuerzas, pasaba todo el día oyendo á los neófitos en confesión, hasta que no pudo más. Fué por mar á un pueblecillo de españoles, y no obstante que se le aplicaron los remedios de la medicina, falleció con lágrimas y sentimiento generales, que interrumpían los funerales sagrados que se le hicieron. Era querido por su abnegación y conducta apostólica. A diario, saliendo de su choza de ramas o de una barca, muy de mañana, entraba á las selvas y se disciplinaba, aumentando su devoción con los azotes. Éstos eran las escaramuzas de sus combates contra el demonio; las victorias que alcanzo, ya en su lugar van referidas. Tengo por cierto que convirtió algunos millares de paganos en Buenos Aires y Santa Fe.



TOMO TERCERO * LIBRO SEPTIMO

CAPÍTULO IV
LAS COSAS ACONTECIDAS EN EL REINO DE CHILE.
Continuaba el monarca español sosteniendo a los jesuitas que cultivaban la viña del Señor en Chile, Arauco y el archipiélago de Chiloé. Con pretexto de la liberalidad del Rey, algunos frailes quisieron perjudicarnos; propusieron que ellos administrarían los Sacramentos á los araucanos y á los soldados españoles por medio de sacerdotes de su Orden, y sin subvención, con tal que se retirase la Compañía. El gobernador, pensando que de no atender á semejantes ofertas descuidaría los intereses del Tesoro público, ordenó muy pronto que se nos negaran las cantidades acostumbradas. Divulgóse la noticia entre los pueblos de indios; militares y ciudadanos, todos unánimes, dijeron que no querían probar otro alimento espiritual sino el de la Compañía, como acostumbrados á las prácticas de ésta, y que partirían con ella sus haberes, en caso de que perdiera sus rentas. A tal estado llegó el negocio, que el gobernador revocó la disposición que adoptó con demasiada ligereza, temiendo el enojo de los indios y de las tropas; es más: llevado de su afecto hacia nosotros, concedió al Colegio de la Concepción, del cual dependen los religiosos de Arauco, Buena Esperanza y Chiloé, extensos campos con rebaños de bueyes y caballos, á fin de que los misioneros, sin tener que pensar en buscarse el sustento, se consagraran á su oficio. Y á la verdad, cumplían bien con éste: el P. Juan Romero en la Concepción y los restantes jesuitas en los pueblos é islas de los indios y en los campamentos del ejército español de la frontera, administraban con fruto el Bautismo y otros Sacramentos. Por aquel tiempo regresó de su expedición á las islas de Chiloé, donde vivió catorce años, el P. Melchor Vanegas, del cual hablaré, porque en adelante ya no se me ofrecerá ocasión oportuna.


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